En ese momento eran contras.
Cuando uno quería que su cumpleaños llegara, el tiempo era eterno. Se contaban los meses, días y horas, y aun
así, parecía infinito el esperar.
Sucedía lo mismo con los años escolares; los seis años de primaria se
veían como un reto de nunca acabar. Pero llegó la secundaria. Y luego la preparatoria,
y la percepción cambió para siempre. Cada vez rendía menos. Las semanas y los
años volaban. Y hoy, a mis veintidós años, sigue acelerando el paso, y parece
que nunca se agotará de llevar tan agitado ritmo.
Bueno, para esa duda que todos
tenemos del porqué del transitar tan rápido del tiempo conforme crecemos, hay una explicación económica:
Como buen estudiante de economía,
empezaré con los supuestos: supongamos que Pedro nació el lunes 1ero de enero del año 2000 a las 00:00 horas.
Pedrito tuvo que haber cursado todo el lunes (con sus 24 horas) para poder
tener un día de viejo; es decir, para él, su primer día le representará el 100%
de tiempo que ha estado en éste mundo.
Si él desea llegar a las 00:00 del miércoles, necesita cursar todo el martes,
es decir 24 largas horas, o sea, repetir el 100% de su vida. Si lo logra,
tendrá 48 horas en su haber, que ahora serán su nuevo 100%. Comparemos su
parámetro del tiempo contra mí para que nos demos una idea de su percepción: yo
tengo veintidós años; y repito, para Pedro, el cursar su segundo día le implicó
doblar su tiempo, lo que para mí significaría tener que esperar hasta mis
cuarenta y cuatro años… Continuemos con el ejemplo. Si Pedrito desea ser
ambicioso y anhela llegar al jueves, necesitará sobrevivir otras 24 horas, que
ahora le representan tener que vivir la mitad de su tiempo total. En mi caso
significaría tener que esperar hasta mis treinta y tres (once años). Ahora supongamos que Pedro acaba de cumplir
los seis, pero ansía los siete porque entonces podrá irse de vacaciones a
Disney con su familia. Él tendrá que
esperar 1/6 del tiempo que ha vivido, o sea el 16.66% del total de su vida. Si
yo quiero esperar un año, tendré que aguantar 1/22 de mi total transcurrido, es
decir, el 4.5% de mi vida… Para mí será más rápido. Y así continúa el
transcurrir del tiempo, haciéndose cada vez más corto, hasta el punto en que la
muerte nos alcance.
No es coincidencia que la mayoría
de los niños pequeños respondan en fracciones cuando se les pregunta su edad:
“Tengo cuatro y medio”. Ahora entendemos esa tan atinada lógica. Por eso
conforme crecemos tendemos a ignorar esos decimales, pues cada vez nos parecen
más insignificantes. Sería extraño oír a un señor contestar que tiene 33 años y
un cuarto.
Así que a aquellos que cuando
tienen un mal día dicen: “El peor y más largo día de mi vida”, ya les pueden
contestar que en teoría, no. El más
largo fue el primero y el segundo. El primero porque no se tiene referencia con
respecto al tiempo; no hay parámetros, pues sólo se sabe cuánto dura un día
hasta que éste acaba. Ya teniendo una definición de la palabra “día”, se puede
pasar a la segunda jornada, que implica redoblar esa cantidad vivida; otro
largo 100%. A partir de ahí, comienza la muerte.
La gente dice que se nos pasa más
rápido el tiempo por las actividades que implica llevar una vida adulta. Pero
siguiendo la lógica recién enseñada, no. Les aseguro que un indigente, sin
empleo ni actividades, envejece a la misma tasa que a la de los ocupados. Así que les tengo buenas y malas noticias: la
mala es que el tiempo jamás se les pasará lento nuevamente, y al contrario cada
vez avanzará más rápido; les rendirá menos. La buena es que es que se han dado
cuenta ahora, y si tienen planes futuros ya pueden empezar a planearlos, pues
el futuro se les irá en un parpadear.
Viéndolo desde un punto de vista
más matemático hay otra explicación: la continuidad. La vida en este planeta no
envejece día a día, hora tras hora, ni a cada millonésima de segundo, no. No
cesa, es continua, siempre ocurre. Uno
cree que al siguiente año se verá más grande, pero curiosamente, mientras lo
dice, se añeja. En términos matemáticos: se asume erróneamente la
discrecionalidad; no hay números enteros.
Gráficamente puede verse de la siguiente forma:
La línea azul representa lo que la
mayoría de la gente cree: piensa que a equis año se verá de tal forma física,
planeando cómo cree que estará en el futuro, y mientras lo espera, no sucede
nada, cree que no cambia en el trayecto; la clásica pregunta: “¿Cómo te ves en
cinco años?”. Pero entonces llega a su edad objetivo, y plantea uno nuevo, y
así continuamente va perdiendo tramos de su vida. Matemáticamente: sólo se mueve en números
enteros, es discreto.
La realidad la representa la
curva naranja: significa que la vejez aumenta conforme el tiempo avanza; jamás
cesando. Si uno logra ver la vida de esta manera podrá aprovechar cada momento
de ella, no perderá tramos, vivirá más. Una vez un muy buen amigo me dijo que
la felicidad está en el camino, y no en la meta. Bueno, la línea naranja modela
ese pensamiento. Y claro que es bueno tener objetivos, pero mientras se busca
lograrlos, es importantísimo no olvidar que se va perdiendo vida, y con ésta,
oportunidades. De ti depende que de anciano no repitas la primera frase de éste
artículo con lástima.
Publicado por Alejandro Limón Portillo.
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